Desde corta edad nos hacemos preguntas, indagamos, nos maravillamos con todo lo que vemos. El acercamiento a las Ciencias representa un momento clave en el desarrollo de capacidades cognitivas. Los niños llegan al Jardín de Infantes con la curiosidad fresca, el deseo de explorar y el asombro a flor de piel. En ese sentido las maestras cuentan con la oportunidad de extender esa curiosidad hacia nuevos horizontes. ¿Qué nos perderíamos si los niños no aprendieran
Ciencias como parte de su experiencia escolar?
“Hay que fomentar de manera ordenada y acompañando el despertar de preguntar y observaciones que realizan los chicos desde pequeños no solo desde la casa sino también en el jardín de infantes”, resalta la Codirectora de la Especialización en Educación y Ciencias de la
Universidad de San Andrés, María Eugenia Podestá.
En un trabajo conjunto con Melina Furman, Diana Jarvis y Mariana Luzuriaga desarrollaron el
libro “Aprender Ciencias en el Jardín de Infantes” (Aique), en el que brindan herramientas y ejemplos de cómo trabajar estos temas en las salas de Nivel Inicial.
En ese caso, su motivación estuvo centrada en la necesidad de diseñar una bibliografía que sirva de guía a las necesidades de las maestras. Pero esta publicación fue el resultado de un proyecto iniciado años atrás en diferentes establecimientos escolares en el que se proponían dos secuencias didácticas: la primera, “El misterio de la luz y la sombra”, tuvo como fin comprender el funcionamiento de nuestros ojos a partir de luces y sombras.
La actividad estuvo pensada para abordar una serie de ideas con el fin de que los chicos aprendieran progresivamente: que para ver se necesitan los ojos y una fuente de luz, que los materiales pueden ser transparentes, traslúcidos u opacos según cuanta luz dejan pasar a través suyo, que la iluminación produce sombras iguales al objeto y que su tamaño depende de la distancia de la fuente de luz respecto al elemento y la superficie sobre la que se proyecta.
Mientras que la segunda secuencia, “Detectives del sonido”, fue diseñada para que los alumnos aprendan la gran diversidad de sonidos que los rodean, sus características y que los mismos pueden viajar a través de distintos materiales (sólidos, líquidos y el aire).
“Las maestras nos comentaban el temor a abarcar las ciencias desde el nivel inicial porque hay muchos mitos formados alrededor de eso, como que se deben realizar en laboratorios con aparatos complejos. Nuestra puesta está basada en romper con esa imagen y mostrar que con elementos de uso diario se puede hacer ciencia”, afirma Mariana Luzuriaga, Asistente de Investigación del Programa de Educación en Ciencias de la Universidad de San Andrés y coautora del libro.
El libro tiene como premisa acompañar a cada docente a realizar buenas preguntas a los chicos, y a sistematizar la observación. El foco está puesto en la falta de una guía que resultara útil a la hora de aprovechar la curiosidad de los más pequeños. “Aprender Ciencias en el Jardín de Infantes” permite sentar las bases del conocimiento científico en la escolaridad y pensar secuencias didácticas que sirvan también para los niveles siguientes.
“Las docentes no pueden enseñar en lo que no están formadas. El libro está dirigido a que los formadores lleguen más armados a la hora de estar frente a una sala”, detalla María Eugenia Podestá. Debido a su impronta, “Aprender ciencias en el jardín de infantes” recibió el Premio al Mejor Libro de Educación (Obra Práctica) de la Fundación el Libro.
La mirada científica no se construye de un día para el otro, sino que se realiza de manera paulatina a lo largo de los años. Se empieza en el Nivel Inicial y se continúa con la Escuela Primaria y Secundaria. Debido a esto, es importante trabajar de manera coherente con toda la Institución, desarrollando propuestas que enriquezcan y se complejicen a medida que los niños crecen.
Una alfabetización científica y tecnológica implica formar a los niños con una mirada del mundo potente, propia, confiada, preguntona, libre de dogmatismos y fanatismos, que los habilite a seguir aprendiendo y construyendo con otros durante toda su vida y una mirada crítica del mundo. Hablamos de un lente que empodera en virtud de un rol apasionante, complejo y maravilloso.
“Con el libro quisimos que los docentes tengan conceptos claros y recurran a ellos para enseñarlos en el aula de manera innovadora. Además, es una herramienta que permite mantener viva la llama de curiosidad en los más pequeños”, describe Diana Jarvis, Magíster en Gestión Educativa de la Universidad de San Andrés.
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