Un documental motivó a un grupo de cinco amigos uruguayos para iniciar un proyecto innovador en Latinoamérica: la primera red de escuelas públicas sustentables. Cinco años después de maravillarse con el modelo de edificios autosuficientes –Earthships- que realiza el arquitecto estadounidense Michael Reynolds lograron comenzar con la travesía de diseñar espacios de aprendizaje que brinden soluciones creativas en torno a la
educación ambiental.
En 2016, la
ONG Tagma comenzó levantando el primer establecimiento educativo sustentable de América Latina en Jaureguiberry, Uruguay. Cinco años después, el proyecto logró expandirse a Argentina y Chile.
En 45 días, gracias a la colaboración de estudiantes y voluntarios de todo el mundo, el sector público y privado, organizaciones sociales y la sociedad civil, logran poner en funcionamiento una escuela siguiendo los métodos de la eminencia en construcciones sustentables, Michael Reynolds. Se trata de un edificio que se autoabastece de energía, agua y calefacción y que produce alimentos, transmite nuevos conocimientos y valores a los niños y niñas que lo habitan diariamente. El foco está puesto en que desde pequeños, los seres humanos se relacionen de manera respetuosa, mediante vínculos amorosos con quienes conviven y, en consecuencia, logren reconocer las problemáticas del uso intensivo de los recursos naturales.
“Qué contamos y qué decimos en el ámbito educativo no es algo menor. La educación ambiental no se trata solo de trabajar la huerta, sino que es mucho más que eso”, afirma la Responsable del Área Educativa del proyecto, Ana Kondakjian
En el caso de Uruguay y Argentina, fue la organización quién se contactó con diferentes actores del sector público para proponerles la iniciativa de una escuela sustentable y que sean ellos quienes decidan dónde instalarla. Esto les generaba un problema al momento de convencer a la comunidad de la importancia que les iba a generar. A partir de la experiencia de Chile es que decidieron hacer un llamado abierto a instituciones educativas que cumplieran con una serie de requisitos: ser una población menor a 2.000 personas, tener una matrícula entre 30 y 50 alumnos y un predio mayor a 2.000 metros cuadrados para construir el nuevo edificio era todo un desafío.
“Para nosotros los proyectos son co-creados. Si la comunidad solo recibe no tiene sentido”, asegura Kondakjian.
El programa de Tagma se basa en aportar una mirada de cuidado ambiental a los planes curriculares de los diferentes países. El edificio autosuficiente es el material con el cual los docentes y alumnos interactúan para aprender a crear hábitos saludables y a relacionarse con el entorno de una manera diferente. Este hecho genera una sinergia en dónde se logran cambios benéficos para las familias y la comunidad como, por ejemplo, es separar los residuos, tener una compostera o una huerta.
“Los chicos ven lo que sucede en la escuela y quieren que pase en su casa”, afirma la Responsable del Área Educativa del proyecto. En Uruguay, por ejemplo, trabajar los conceptos a partir de un proyecto anual permitió que baje la deserción y aumente el rendimiento en Ciencias Naturales y Matemáticas.
“Aprovechamos el tiempo de menor presencia territorial para generar contenidos educativos y los primeros encuentros virtuales de nuestra red de escuelas ambientales. Fue difícil la pandemia porque la primicia principal es usar los edificios como herramienta pedagógica. Por suerte los maestros se dieron cuenta que podían seguir trabajando educación ambiental aún en la virtualidad”, nos cuenta Ana Kondakjian.
Con la vista puesta en que el proyecto siga expandiéndose,
Una Escuela Sustentable construirá el primer edificio educativo público autosustentable de Antioquia (Colombia) y en Quito (Ecuador). Junto con eso, tienen pensado lanzar un espacio de experimentación propio en Uruguay para que personas de todo el mundo aprendan sobre construcción sustentable.
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