“The Inclusive Circular Lab” es un programa educativo en agricultura ecológica con el objetivo de involucrar a centros escolares en un programa de economía circular y ciencia ciudadana, a través de proyectos de investigación y compostaje de residuos orgánicos.
El
compostaje en la escuela brinda una herramienta fantástica para que niños y jóvenes se introduzcan en el aprovechamiento de los restos vegetales. Así, los alumnos comprenden el ciclo de la materia orgánica de una manera práctica y creativa.
Con una mirada inclusiva, Soluciones Verdes de la Fundación Juan XXIII, junto a
Deloitte,
Fundación CEPSA, NEC Ibérica y Galápagos desarrollan el proyecto de innovación educativa basado en la sustentabilidad.
“Vimos que los colegios eran pioneros en temas de reciclaje, pero estaban atrasados en cuanto a compostaje, por lo que nos pareció una buena idea impulsar esta iniciativa desde los más pequeños”, explica
Thais Valero, Gerenta de Soluciones Verdes de la Fundación Juan XXIII
El programa comenzó con la participación de 8 escuelas de Madrid, y en la actualidad, 13 instituciones educativas se sumaron al proyecto. Se estima que existen unos 14 mil beneficiarios directos (alumnos, docentes y familias) y unos 40 mil de manera indirecta, lo que resulta un gran logro de la Fundación, teniendo en cuenta que el proyecto se inició hace menos de un año.
En sus comienzos, se trató de un webinar sobre conceptos básicos de compostaje, realizado por el equipo de la Fundación Juan XXIII junto al responsable de RSE de Deloitte y la oficina técnica de Compostaje en Red, entidad que colabora en el proyecto. Allí, transmitieron a docentes y familiares el paso a paso del proyecto de compostaje y la investigación científica del mismo. Además, cada escuela recibió un kit que incluyó una compostera y los materiales necesarios para iniciar la actividad para poner en marcha el plan.
¿Qué conocimientos aporta “The Inclusive Circular Lab”?
- Aprendizaje sobre el ciclo de la materia orgánica. Ayuda a entender cómo elementos como el carbono, el fósforo o el nitrógeno se mueven a través de los subsistemas terrestres: atmósfera, biosfera, hidrosfera y geosfera.
- Despierta el interés por la ciencia. Permite poner en práctica el método científico y despertar el interés por la ciencia mediante la observación, la experimentación y el registro de resultados.
- Aprendizaje de otros conceptos químicos. El uso de los instrumentos necesarios para la medición del compost, como el termómetro, el humedímetro, el medidor de PH. Esto ayuda a trasladar a un terreno práctico los conceptos que se explican en la teoría.
- Respeto por el medioambiente. Se trata de una gran oportunidad para educar en el respeto al medioambiente y en la importancia que todos sus elementos, incluso los más pequeños, tienen para el equilibrio ecológico.
- Conciencia sobre la producción de residuos. Los desperdicios orgánicos retienen un gran contenido en agua, por lo que pesan mucho. Si evitamos que vayan al basurero gracias al compostaje, evitaremos la contaminación asociada a su traslado hasta vertederos y ayudaremos a evitar contaminar el agua y el suelo.
- Beneficios para el huerto escolar. El compost ahorra agua, ayuda a mantener la tierra húmeda, reduce las necesidades de fertilizantes comerciales, ayuda a equilibrar el PH de la tierra, protege a las plantas de las sequías, las heladas y ayuda a controlar la erosión del suelo, entre muchos otros beneficios.
- Es una actividad participativa. Los estudiantes pueden responsabilizarse del seguimiento y mantenimiento de la caja de compostaje. También se puede involucrar a toda la comunidad educativa para que aporte el material vegetal que tenga.
Una de las aristas del proyecto resulta de un proyecto de investigación científica sobre observación y recolección de datos durante el proceso de compostaje, como la temperatura o acidez del suelo, entre otros indicadores.
“La obtención de los datos es interesante para dimensionar cómo funciona el proyecto, y ponerlo al servicio de la ciudadanía y mejorar el contexto social en el que vivimos”, afirma
Valero.
The Inclusive Circular Lab, permitió que personas con discapacidad intelectual lideren una iniciativa medioambiental, de tal modo, los estudiantes pueden generar un cambio a partir de ver a los residuos como un recurso valioso a utilizar.
“Un aspecto curioso fue que cuando no encontraban residuos en sus casas o en la escuela, los chicos empezaron a generar un circuito externo muy interesante. Una escuela generó un acuerdo con una floristería y otra con una cafetería. Es un proyecto rico en la posibilidad de generar más redes”, señala
Thais Valero.
Es un programa con tres ejes fundamentales:
- Inclusión y empleo de calidad para personas con discapacidad intelectual.
- Promoción de la AGENDA 2030 Escolar a través de programas pilotos de economía circular y sostenibilidad ambiental.
- Accesibilidad de los centros educativos a la investigación, ciencia, innovación y tecnología.
El programa está abierto a la participación de todas las entidades educativas de todos los niveles escolares, desde la más temprana edad, hasta la formación profesional y superior.
Aproximadamente el 40% de los residuos de nuestro hogar son
materia orgánica, la mayoría de origen vegetal. De cara a incentivar mejores formas de gestionar la materia orgánica, la Fundación Juan XXIII pretende lograr que para fin de año haya unas 30 escuelas inscriptas en el programa
The Inclusive Circular Lab.
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