El 4 de octubre se recuerda en Argentina la sanción de la Ley Nacional 26.150, que en 2006 instituyó el derecho de todas las y los estudiantes del país a recibir
Educación Sexual Integral (ESI) en todos los niveles y modalidades del sistema educativo, tanto de gestión estatal como privada. Esta ley, que representa un hito en el marco normativo y su propósito fundante, reconoce a niñas, niños, adolescentes y jóvenes como sujetos plenos de derecho.
La norma establece que la ESI debe integrar aspectos biológicos, psicológicos, sociales, afectivos y éticos, con el fin de promover actitudes responsables, prevenir situaciones de riesgo, garantizar la salud sexual y reproductiva, y favorecer la igualdad de oportunidades. Asimismo, asigna a las jurisdicciones nacionales, provinciales y municipales la responsabilidad de llevar adelante acciones educativas sistemáticas durante todo el ciclo lectivo.
En 2008, el Consejo Federal de Educación aprobó los Lineamientos Curriculares para la ESI, que constituyen la hoja de ruta para la implementación en todos los niveles obligatorios. Allí se consagra un principio fundamental: la ESI no es una materia aislada, sino un enfoque transversal que atraviesa las distintas áreas del conocimiento y puede también tener espacios específicos de enseñanza.
Avances: una política pública instalada
A casi dos décadas de su sanción, la ESI ha ganado presencia en la agenda educativa y social de la Argentina. Se formaron equipos técnicos en las jurisdicciones, se produjeron materiales pedagógicos, se impulsaron programas de formación docente y se multiplicaron experiencias en las aulas.
Diversos estudios señalan que las y los jóvenes reconocen la ESI como una herramienta valiosa. De acuerdo con una encuesta realizada por Fundación Huésped, un 80% de adolescentes considera que los contenidos recibidos en la escuela los ayudan a tomar decisiones más seguras respecto a sus vínculos y su sexualidad. También creció la demanda de las familias, que ven en la ESI un aporte a la crianza y a la prevención de situaciones de violencia.
La ESI permitió visibilizar y poner en discusión problemáticas históricamente silenciadas: el abuso sexual infantil, la violencia de género, la discriminación por orientación sexual o identidad de género, los embarazos no intencionales en la adolescencia, y las desigualdades en el acceso a la información y a los servicios de salud.
Deudas pendientes: desigualdades en la implementación
Sin embargo, los avances conviven con deudas importantes. La aplicación de la ley no es homogénea en todo el territorio nacional: hay provincias y escuelas donde la ESI está fuertemente instalada, mientras que en otras persisten resistencias, vacíos de formación o falta de recursos.
La capacitación docente es un punto clave. Muchas y muchos educadores reconocen que, aunque existe interés y compromiso, no siempre cuentan con herramientas pedagógicas suficientes o con espacios de acompañamiento institucional. Además, aún hay sectores que cuestionan la legitimidad de la ESI, planteando tensiones que ponen a prueba la continuidad del programa.
Los datos oficiales muestran que aún resta fortalecer la inclusión de la ESI en los proyectos institucionales, garantizar su abordaje en todos los niveles —incluyendo el inicial y la primaria, donde a veces se reduce a contenidos mínimos—, y consolidar una mirada integral que no se limite a lo biológico, sino que contemple la perspectiva de derechos, género y diversidad.
El rol docente: pilar de la ESI
En este recorrido, el rol de las y los docentes resulta decisivo. Son quienes abren el espacio para el diálogo, habilitan preguntas, acompañan procesos y construyen confianza con sus estudiantes. Su compromiso marca la diferencia entre una implementación superficial y una experiencia transformadora.
Un docente comprometido en ESI no solo transmite información, sino que escucha, orienta y ayuda a que las y los jóvenes desarrollen herramientas para la vida. Enseña a respetar la diversidad, a reconocer situaciones de vulneración de derechos y a buscar ayuda cuando es necesario. La escuela se convierte así en un ámbito protector, capaz de prevenir violencias y de promover vínculos más justos y respetuosos.
Por eso, la formación y el acompañamiento docente deben seguir siendo prioridad. Invertir en capacitación, generar redes de trabajo colaborativo, ofrecer materiales actualizados y garantizar tiempos institucionales para planificar son condiciones indispensables para que la ESI cumpla con su propósito.
ESI y futuro: hacia una sociedad más justa
La ESI no es un tema exclusivo de las escuelas: interpela a toda la sociedad. Se vincula con debates actuales sobre derechos humanos, igualdad de género, diversidad y cuidado. Cada paso en su consolidación es también un avance hacia una sociedad más democrática e inclusiva.
A 19 años de la Ley 26.150, la ESI sigue siendo una deuda y una oportunidad. Deuda porque aún hay niñas, niños y adolescentes que no acceden plenamente a este derecho. Oportunidad porque su implementación efectiva puede contribuir a prevenir violencias, mejorar la salud integral, favorecer la igualdad y construir un futuro más justo y seguro para las próximas generaciones.
En este camino, el compromiso de las y los docentes, acompañados por las instituciones y las políticas públicas, continúa siendo el corazón de la transformación.
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