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Martín Kohan: "Lo que se puede generar en un aula no se reemplaza con la tecnología"

Por: Mauro Rey  |  Martes 2 de Marzo de 2021

El escritor y docente argentino es crítico sobre quienes plantean que la tecnología es como un salvavidas para los problemas de la educación, pero se siente satisfecho con el resultado del aprendizaje obtenido en  las condiciones de emergencia que produjo la pandemia.



 



Martín Kohan se define “fundamentalmente como docente” por ser la profesión de la que vive, pero además, como escritor,  posee una amplia y prolífica lista de novelas, ensayos y cuentos que le permitió, por ejemplo, ganar en 2007 el Premio Herralde de Novela por "Ciencias Morales". Para el Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires,  el 2020 se trató de un año intenso, que lo afectó por tener que adaptarse a las vicisitudes que el dictado de clases por Zoom implicó y a la incertidumbre que suponía lanzar dos obras literarias durante la pandemia. Logró alcanzar y realizar ambos objetivos  con “resultados satisfactorios” para las condiciones que se suscitaron.

Durante esta charla con Educrear.com.ar, vas a poder conocer el punto de vista de Kohan sobre las implicancias que sufrió la educación y, una fuerte crítica hacia las instituciones ante la falta de inversión para que los docentes posean condiciones dignas de enseñanza, la importancia de la presencialidad por sobre la virtualidad, el significado de la circulación de discursos en redes sociales y su opinión sobre la literatura actual.

E.C: Durante el 2020 dictaste 103 clases virtuales. ¿Cómo fue esa experiencia?

M.K: Considero y evalúo que los resultados de enseñanza y aprendizaje fueron satisfactorios para las condiciones de emergencia en la que nos encontrábamos. Desde un principio propuse no comparar al zoom con el aula real porque iba a ser frustrante, y sí hacerlo con la imposibilidad de dar clases. Así pensado el cursado virtual dio herramientas satisfactorias. Uno no dejo de echar de menos la situación del aula porque hay algo en el semblanteo que se puede hacer en la pantalla de una computadora, en la percepción de la atmósfera, que se pierde. 

E.C: Algunos creen que la tecnología llegó para quedarse…

M.K: No me inclino por esa posición. Sí creo, repito, que para la situación de emergencia la salida fue satisfactoria, pero lo que se puede generar y lo que circulan las palabras y la exposición e intercambio en clase no se reemplaza con la tecnología. Contando con la posibilidad de docentes y estudiantes cara a cara no veo motivo para no tener eso como base. Hay un entusiasmo tecnofilico de que no hacen falta las aulas porque con esto nos arreglamos, sin emergencia no participo de ese fervor. 

E.C: También se discutió el rol docente durante la pandemia.

M.K: Me parece alarmante la consideración que se orienta a pensar que sigue existiendo un formato de clase magistral, donde el docente expone unidireccionalmente, y donde el recurso tecnológico cambiaría esta lógica. ¿Quién estaba dando clases así? Al mismo tiempo, a mi entender, si un docente tiene una concepción tan elemental y tan rudimentaria de la enseñanza y el aprendizaje para dar clases así, lo va a hacer en el medio virtual.

E.C: Supone la idea de que los alumnos son recipientes vacíos a que se deben llenar

M.K: Esa concepción de enseñanza, que es más o menos paleozoica, que puede que todavía exista, efectivamente presupone eso. El aprendizaje no transcurre como una transmisión del saber al no saber, se aprende lo que no se sabe con lo que ya se sabe, y este proceso ocurre si los alumnos tienen posición activa. Debe existir un lugar al no saber, despejar una duda, proponer una relación con algo que sí se sabe, plantear una discusión. En nombre de qué supondrían un estudiante pasivo en el aula real, pero le conceden un rol activo en un zoom. Quienes tienen un modelo tan tradicional de enseñanza va a transmitir unidireccionalmente en el aula, por una plataforma o en la cuarta dimensión, y quienes tenemos como premisa que no hay enseñanza-aprendizaje sin interacción sincrónica vamos a promoverla donde nos toque dar clases.

E.C: La pandemia también expuso las limitaciones de algunas instituciones para que los docentes puedan tener condiciones básicas de enseñanza. ¿Cuál fue tu experiencia?

M.K: Mi vocación docente, el fervor por la práctica está intacta. Las cosas que se generan y se suscitan en el aula, o aún en el zoom, me producen lo mismo que desde el principio. Las instituciones alojan esas posibilidades, las potencian, las protegen y a veces no. En algunos espacios los docentes contamos con el respaldo institucional para transitar un año atípico y en otras no, en absoluto. Y no depende de una variable económica solamente y eso nos expuso a una situación de bastante soledad, arreglándonos por nuestra cuenta con un sistema desgastante, largo, con pérdida de tiempo y esfuerzo a partir de la prueba y el error. ¿Cómo puede ser que algunas instituciones desalentaban las clases sincrónicas? Todos vimos como hacíamos con el equipo que teníamos o no teníamos, con la conexión que teníamos o no teníamos, con el rincón de silencio que teníamos o no teníamos, se hizo un esfuerzo muy grande y los cursos se pudieron dictar razonablemente bien, con quienes no contábamos, en algunos casos, fueron con las instituciones. 

E.C: Allí se evidencia que la circulación de discursos no condice con lo que realmente pasa dentro del Sistema Educativo.

M.K: Se activa la modalidad más frecuente que es el discurso de la hipocresía: una enunciación valorativa y detrás un trasfondo, que está ahí nomás, de desinterés y de desprecio. Siendo docente de literatura encuentro un efecto análogo debido a que tiene un alto prestigio social, pero no existe una práctica de interés por la literatura. Cuando hay un suceso importante todos dicen que se soluciona con educación, si querés llevar esas declaraciones al terreno de las condiciones y la situación actual te das cuenta que detrás de esa fachada no hay nada. 



Durante el año 2013 las tomas de colegios porteños, sobre todo en el Nacional de Buenos Aires, generaron polémicas mediáticas, entre las que participó Martín Kohan, como padre de un alumno y egresado de la Institución. Se presentó con Eduardo Feinmann durante su programa en C5N, debatiendo sobre esta realidad. Allí se expusieron diferentes puntos de vista sobre la acción que los estudiantes llevaron adelante, y aquí nos parece interesante conocer un poco más la visión de Martín sobre las implicancias de generar espacios que nos permitan mejorar nuestras argumentaciones.

E.C: ¿Cuáles son los fines de una discusión? 

M.K: A mí parece que las discusiones nos pone a los que participamos en la situación de pulir, afirmar y revisar los propios argumentos. El desacuerdo nos mejora si lo entendemos como una interacción donde cada uno mejora su posición. Lo que vemos son muchos “paneles de discusión” porque nadie revisa su propio argumento, solo hay intercambios de unidireccionalidades porque nadie se deja afectar por la palabra del otro, y eso no tiene que ver con reconocerle algún acuerdo posible sino en rever lo que afirmamos. Si nos centramos en educación podemos ejemplificar con Sarmiento, un personaje con el mayor sentido de la confrontación y la polémica para la historia argentina, pero con un carácter constructivo, en donde varios aspectos no queremos rescatar y otro sí.

E.C: ¿Creés que las redes sociales posibilitaron una expansión del carácter confrontativo que se vive en la sociedad?

M.K: Como cualquier tecnología no tiene una condición intrínseca, se definen en el uso. Por otro lado, cada vez más algunos medios tradicionales están cobrando el formato de las redes sociales, de la agresividad hueca. Sigo atentamente twitter y hay algo muy interesante cuando aparece un argumento ¿qué sucede? Lo bloquean o no responden. Desde el momento en que las argumentaciones no tienen lugar, es otra cosa. Los barrabravas de Twitter se están revoleando cadenazos por la cabeza, el problema es porque eso se supone que es una discusión política en redes.

E.C: ¿Ese accionar en redes genera que la discusión política baje el nivel?

M.K: Hay que dar una discusión sobre las nuevas tecnologías, que son un objeto de disputa política sobre el carácter que pueden llegar a tener. Me parece que se estableció una resignación sobre que las redes son y no pueden ser otra cosa. Hay mucha gente tirando su mierda y no me conforma que se haya establecido como regla denigrar públicamente de manera gratuita, denostarlo o humillarlo.



En su faceta de escritor reconoce la influencia de dos profesores durante la adolescencia que fueron determinantes en su decisión de estudiar la carrera de Letras. “Nos trasmitían que la Literatura era una especie de laboratorio de pensamiento y cómo se puede potenciar eso. Que sea un instrumento de pensamiento político”, señala. 
El año de pandemia no fue improductivo para Martín Kohan ya que durante el primer semestre publicó Me acuerdo (Godot), un ejercicio literario sobre la infancia del escritor, donde la memoria intenta vaciarse de subjetividad. Ya fin de año llegó a las librerías la escalofriante novela Confesión (Anagrama), que gira en torno a la figura de Jorge Rafael Videla. 

E.C: ¿Qué significa la literatura en tu vida?

M.K: Supone la experiencia más intensa que se pueda tener con algo con lo que nos manejamos todos los días como las palabras. Uno vivencia su espesor desde su sonoridad hasta la carga de sentido. Para la literatura no son solamente un medio sino el fin, de manera que la experiencia de lectura y escritura es tremendamente intensa.

E.C: ¿La literatura constituye miradas de mundo?

M.K: Sí, porque a la vez que las construye tiene influencia en el mundo real porque la realidad no se hace solo del mundo existente sino con lo que se imagina, lo que se teme, lo que se desea porque incide activamente en esa realidad.

E.C: Durante el año pasado participaste de un encuentro virtual donde se trató la necesidad de crear el Instituto Nacional del Libro Argentino (INLA) ¿cuál es tu opinión sobre la escena actual?

M.K: Hay mucho para poner en discusión porque perdura y persiste una concepción metafísica de nuestro trabajo, y que ciertas nociones espiritualizadoras vacían de la dimensión del trabajo y del dinero. Solamente alguien que cree que el trabajo no es una cosa digna puede suponer que llevar a la literatura de las esferas del espíritu a llamarla trabajo es denigrarla. Con la coartada de no ensuciar la esfera pulcra de almas bellas con cuestiones de dinero, te cagan una y otra vez. Ninguna concesión al mercado en los textos, ninguna especulación comercial en el terreno de la literatura y ninguna espiritualización metafísica de la condición del escritor.



E.C: ¿Qué opinas sobre la noción de que el arte popular y la cultura letrada no pueden tener puntos de comparación entre sus prácticas?

M.K: No pienso a la cultura letrada como un ámbito del que haya que proteger de la contaminación de las prácticas populares o de la cultura de masas. Hay una defensa de lo popular que contiene un amplio desprecio de lo popular y el desafío es que las formas de expresión artísticas más exigentes sean accesibles a los sectores populares. Si no es una literatura masivamente accesible, el desafío está en volverla alcanzable, generar las condiciones necesarias y formar lectores para esa literatura.

En sus entrevistas Martín Kohan sostiene que su interés pasa por una literatura que “le da a las palabras y a las formas otro lugar, por fuera de esa dicotomía”. En esa misma línea es que se convence que la llamada cultura letrada no debe ser un espacio al que haya que proteger de la contaminación, de las prácticas populares, más bien lo contrario, deben estar al alcance del mayor número de personas. El autor argentino profundiza que aquellas expresiones artísticas más exigentes deben “desafiarse para volverlas alcanzables, generar las condiciones necesarias y formar lectores para esa literatura”.


 

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